Primero se nos presenta la difícil tarea de elegir el vestido ideal para nuestra boda, lo que supone mirar miles de opciones en revistas, desfiles, tiendas y en Internet para poder encontrar ese traje que imaginamos y queremos hacer realidad. Una vez que logramos uno de los objetivos más difíciles a la hora de organizar nuestra boda, llega el momento tan esperado: lucir nuestro vestido en uno de los días más importante de nuestra vida.
Por un día somos verdaderas princesas y lo mejor es disfrutar al máximo de cada instante y cuando el evento llega a su fin, es tiempo de preservar lo que serán algunos de nuestros recuerdos más entrañables. Y es entonces cuando debemos ocuparnos de guardar nuestro vestido para que trascienda generaciones sin echarse a perder. Para ello, si eres de las que tiene todo organizado con anticipación, es recomendable buscar un buen servicio de tintorería que se dedique a la de limpieza y planchado de trajes de novia y fiesta. Es importante que demos con un especialista ya que de ello depende la integridad de nuestro vestido de novia que es absolutamente irremplazable.
A continuación, una vez que retiras tu traje perfectamente limpio, debes envolverlo prolijamente en un papel de seda de color azul oscuro para evitar que la exposición a la luz pueda manchar el género de color claro. Luego, lo colocas en una caja de cartón rígida y de cómodas proporciones para que el vestido no permanezca comprimido y arrugado.
No olvides calcular el espacio necesario en tu armario para poder guardarlo y listo. Lo único que resta es recordar que cada seis meses, debes ventilar el traje para evitar la producción de hongos y malos olores, especialmente si has colocado naftalina en la caja. Si sigues estos pasos, algún día podrás compartir con tu hija y hasta nietas ese vestido que encierra tantos lindos recuerdos.